Hay algo difícil de explicar que ocurre cuando una buena obra sucede frente a nuestros ojos. Algo se enciende. El cuerpo se afloja o se tensa, según el caso.
Una buena obra se te queda pegada, aunque se baje el telón. Salís con preguntas nuevas, con imágenes que no se borran, con ganas de volver a mirar el mundo un poco más despacio.
Eso, quizás, es lo más valioso: cuando el teatro no termina al final de la función, sino que sigue latiendo adentro tuyo, como si te hubiera dejado un secreto entre las manos.